Discurso del Papa Francisco para el Sector Cooperativo

A propósito de la visita del Papa Francisco a nuestro país, recordamos el mensaje del Sumo Pontífice para el Sector Cooperativo.

DISCURSO DEL PAPA FRANCISCO A LOS REPRESENTANTES DE LA CONFEDERACIÓN DE COOPERATIVAS ITALIANAS (2015)

Seguir inventando nuevas formas de cooperación

Queridos hermanos y hermanas: ¡Buenos días! ¡Esta última [haciendo referencia al coro] ha sido la «cooperativa» más melodiosa! ¡Enhorabuena! Gracias por este encuentro con vosotros y con el mundo al que representáis: el de la cooperación. ¡Las cooperativas lo desafían todo, incluso desafían la matemática, pues, en una cooperativa, uno más uno da tres! Y, en una cooperativa, un fracaso es medio fracaso. ¡Esto es lo bonito de las cooperativas! Vosotros sois, ante todo, la memoria viva de un gran tesoro de la Iglesia italiana. Y es que, como es sabido, en el origen del movimiento cooperativista italiano, muchas cooperativas agrarias y de crédito, ya en el siglo XIX, fueron sabiamente fundadas y fomentadas por sacerdotes y párrocos. Aún hoy, en varias diócesis italianas, se sigue recurriendo a la cooperación como remedio eficaz para el problema del desempleo y contra las diferentes formas de malestar social. Hoy es una regla –no digo normal, habitual…, pero se la ve muy a menudo–: «¿Buscas trabajo? Ven, ven a esta empresa. Once horas, diez horas de trabajo, 600 euros. ¿Te gusta? ¿No? ¡Pues vete a tu casa!». ¿Qué hacer en este mundo que funciona así? Porque hay cola, hay una cola de gente que busca trabajo: si a ti no te gusta, a aquel otro le gustará. Y el hambre, el hambre nos hace aceptar lo que nos dan, el trabajo en negro… Yo podría preguntar, para citar un ejemplo, acerca del personal doméstico: ¿a cuántos hombres y mujeres que trabajan como personal doméstico se les pagan los seguros sociales con vistas a su jubilación? Todo esto es sobradamente conocido. La Iglesia siempre ha reconocido, apreciado y alentado la experiencia cooperativista. Lo leemos en los documentos del Magisterio. Recordemos el grito que lanzó en 1891, con la Rerum novarum, el Papa León XIII: «¡Todos propietarios, y no todos proletarios!». Y también conocéis ciertamente las páginas de la Encíclica Caritas in veritate donde Benedicto XVI se expresa a favor de la cooperación en el crédito y en el consumo (cf. nn. 65‐66: ecclesia 3.475 [2009/II], pág. 1103), subrayando la importancia de la economía de comunión y del sector «non profit» (cf. n. 41: ecclesia, cit., pág. 1094), para afirmar que el dios beneficio no es en modo alguno una divinidad, sino solo una brújula y un medio de valoración de la actividad empresarial. El propio Papa Benedicto nos ha explicado que nuestro mundo necesita una economía del don (cf. nn. 34‐39: ecclesia, cit., págs. 1091‐ 1093), es decir una economía capaz de dar vida a empresas inspiradas en el principio de la solidaridad y capaces de «crear socialidad». Resuena, pues, por mediación vuestra, la exclamación que León XIII lanzó al bendecir los inicios del movimiento cooperativista católico italiano, cuando dijo que, para hacer eso, «es admirable y varia la fuerza de las doctrinas cristianas» (Enc. Rerum novarum, n. 15). Estas y muchas otras afirmaciones de reconocimiento y de aliento que la Iglesia ha dirigido a los cooperativistas siguen siendo válidas y actuales. Pienso también en el extraordinario magisterio social del beato Pablo VI. Dichas afirmaciones podemos confirmarlas y reforzarlas, por lo que no es necesario repetirlas o recordarlas por extenso. Hoy quisiera que nuestro diálogo no mirara tan solo al pasado, sino que se dirigiera, sobre todo, hacia delante: a las nuevas perspectivas, a las nuevas responsabilidades, a las nuevas formas de iniciativa de las empresas cooperativas. Se trata de una auténtica misión que exige de nosotros fantasía creativa para encontrar formas, métodos, actitudes e instrumentos para combatir la «cultura del descarte»: la que vivimos hoy, «la cultura del descarte» que cultivan los poderes que dirigen las políticas económico‐financieras del mundo globalizado, en cuyo centro está el dios dinero.

Globalizar la solidaridad

Globalizar la solidaridad –esto es lo que hay que globalizar: ¡la solidaridad!– significa, hoy en día, pensar en el vertiginoso aumento de los desempleados; en las lágrimas incesantes de los pobres; en la necesidad de reanudar un desarrollo que constituya un auténtico avance integral de la persona, que necesita ciertamente un beneficio económico, ¡pero no solo económico! Pensemos en las necesidades sanitarias, que los sistemas de asistencia social tradicional no logran ya satisfacer; en las exigencias apremiantes de la solidaridad de poner nuevamente, en el centro de la economía mundial, la dignidad de la persona humana, como habéis dicho. Como aun hoy seguiría diciendo el Papa León XIII, ¡«es admirable y varia la fuerza de las doctrinas cristianas» para globalizar la solidaridad! Por lo tanto, no os limitéis a contemplar lo que habéis sabido realizar. Seguid perfeccionando, fortaleciendo y actualizando las buenas y sólidas instituciones que ya habéis construido. Pero tened también el valor de salir de ellas, cargados de experiencia y de buenos métodos, para llevar la cooperación a las nuevas fronteras del cambio, hasta las periferias existenciales donde la esperanza necesita salir a flote y donde, por desgracia, el sistema sociopolítico actual parece, por el contrario, fatalmente destinado a ahogar la esperanza, a robar la esperanza, incrementando riesgos y amenazas. Este gran salto adelante que nos proponemos dar a la cooperación os confirmará que todo lo que ya habéis hecho no solo es positivo y vital, sino que sigue siendo profético. Para ello debéis seguir inventando –esta es la palabra: «inventar»– nuevas formas de cooperación, ¡porque también se aplica a las cooperativas la advertencia de que cuando el árbol produce nuevas ramas, sus raíces están vivas y su tronco es fuerte!

Algunos estímulos concretos

Hoy, aquí, vosotros representáis válidas experiencias en muchos sectores: desde la valorización de la agricultura a la promoción de la construcción de nuevas viviendas para quien no tiene hogar; desde las cooperativas sociales hasta el crédito cooperativo, ampliamente representado aquí; desde la pesca hasta la industria, a las empresas, a las comunidades, al consumo, a la distribución y a muchos otros tipos de servicio. Sé bien que esta lista está incompleta, pero resulta bastante útil para comprender el gran valor del método cooperativista, que debe seguir adelante, y que se ha revelado tan valioso como creativo ante muchos desafíos. ¡Y aún lo será! Todo aprecio y todo aliento corren, sin embargo, el peligro de la generalización; y quiero, por el contrario, brindaros algunos estímulos concretos. El primero es el siguiente: las cooperativas deben seguir siendo el motor que levante y desarrolle la parte más débil de nuestras comunidades locales y de la sociedad civil. De esto no es capaz el sentimiento. De ahí la necesidad de dar prioridad a la fundación de nuevas empresas cooperativas, junto con un desarrollo adicional de las existentes, con vistas a crear, sobre todo, nuevas posibilidades de trabajo que hoy no se dan. El pensamiento se dirige ante todo a los jóvenes, porque sabemos que el desempleo juvenil, dramáticamente elevado –pensemos que en algunos países de Europa ronda el 40% o el 50%–, destruye en ellos la esperanza. Pero pensemos también en las numerosas mujeres que tienen necesidad y voluntad de insertarse en el mundo del trabajo. No nos olvidemos de los adultos que, a menudo, se quedan prematuramente sin trabajo. –«¿Qué es usted?». –«Soy ingeniero». –«¡Excelente, excelente! ¿Y cuántos años tiene?». –«Cuarenta y nueve». –«No nos sirve; váyase». Esto pasa todos los días. Además de las nuevas empresas, consideremos también las que atraviesan dificultades; aquellas a cuyos antiguos dueños les conviene dejar que se mueran, y que, en cambio, pueden revivir con las iniciativas que vosotros llamáis «Workers buy out» [rescate de la empresa por parte de los trabajadores] o que, en mi idioma, se llaman «empresas recuperadas», empresas salvadas. ¡Y yo, como he dicho a sus representantes, soy un «hincha» de las «empresas recuperadas»! Un segundo estímulo –pero no segundo en importancia– es que os activéis como protagonistas para realizar nuevas formas de asistencia social, particularmente en el campo sanitario, un campo delicado en el que tantas personas pobres no encuentran ya respuestas adecuadas a sus necesidades. Sé lo que realizáis desde hace años con corazón y pasión, en las periferias de las ciudades y de nuestra sociedad, a favor de las familias, de los niños, de los ancianos, de los enfermos, de las personas desfavorecidas y en dificultad por diferentes razones, llevando a sus casas corazón y asistencia. ¡La caridad es entrega! No es un mero gesto para tranquilizar el corazón, sino una entrega! ¡Cuando hago la caridad, me entrego en persona! Si no soy capaz de entregarme, eso no es caridad. Una entrega sin la cual no se debe entrar en casa de quien sufre. En el lenguaje de la Doctrina Social de la Iglesia, esto significa hacer palanca sobre la subsidiaridad con fuerza y coherencia: ¡significa aunar fuerzas!

Los más necesitados, en el centro

¡Que bonito sería que, empezando por Roma, entre las cooperativas, las parroquias y los hospitales –pienso, en especial, en el del «Niño Jesús»–, pudiera nacer una red eficaz de asistencia y de solidaridad! ¡Y que a la gente, empezando por la más necesitada, se la pusiera en el centro de todo ese movimiento solidario: la gente en el centro, los más necesitados en el centro! ¡Esta es la misión que nos proponemos! A vosotros os corresponde la tarea de inventar soluciones prácticas, de hacer que funcione esa red en las situaciones concretas de vuestras comunidades locales, partiendo precisamente de vuestra historia, de vuestro patrimonio de conocimientos para conjugar el ser empresa y, al mismo tiempo, no olvidar que en el centro de todo está la persona. ¡Mucho es lo que habéis hecho, y mucho lo que aún queda por hacer! ¡Sigamos adelante! El tercer estímulo se refiere a la economía, a su relación con la justicia social, con la dignidad y con el valor de las personas. Es sabido que cierto liberalismo cree necesario producir primero riqueza – sin que le importe el cómo– para después promover alguna política redistributiva por parte del Estado: primero llenar el vaso, y luego dar a los demás. Otros piensan que debe ser la propia empresa la que dispense las migajas de la riqueza acumulada, cumpliendo así con la propia denominada «responsabilidad social»: con ello, se corre el peligro de creer que se está haciendo el bien, mientras que, por desgracia, no se hace más que mercadotecnia, sin salir del círculo fatal del egoísmo de las personas y de las empresas que ponen en el centro al dios dinero. En cambio, nosotros sabemos que, al realizar una calidad nueva de economía, se crea la capacidad de hacer que las personas crezcan en todas sus potencialidades. Por ejemplo: el socio de la cooperativa no debe ser solo un proveedor, un trabajador, un usuario bien tratado, sino que debe ser siempre el protagonista; ha de crecer, mediante la cooperativa; crecer como persona, social y profesionalmente, en la responsabilidad, en la concreción de la esperanza, en la colaboración. No digo que no tenga que crecer el beneficio, pero ello no es suficiente: es preciso que la empresa dirigida por la cooperativa crezca de manera realmente cooperativa, es decir involucrando a todos. ¡Uno más uno, tres! Esta es la lógica. Cooperari, en su étimo latino, significa «operar juntos», «cooperar», y, por consiguiente, «trabajar, ayudar, contribuir a alcanzar un fin». No os conforméis jamás con la palabra «cooperativa» sin tomar conciencia de la auténtica sustancia y del alma de la cooperación. La cuarta sugerencia es la siguiente: Si miramos a nuestro alrededor, nunca veremos que la economía se renueve en una sociedad que, en vez de crecer, envejece. El movimiento cooperativista puede desempeñar una importante función con vistas a apoyar, facilitar e incluso animar la vida de las familias. Llevar a cabo la conciliación –o, incluso mejor, la armonización– entre trabajo y familia es una tarea que ya habéis emprendido y que debéis realizar cada vez más. Hacer esto significa también ayudar a las mujeres a realizarse plenamente en su propia vocación y en el ejercicio de sus propios talentos. ¡Mujeres libres de ser cada vez más protagonistas, tanto en las empresas como en las familias! Sé bien que las cooperativas proponen ya muchos servicios y muchas fórmulas organizativas, como la mutualista, que responden a las exigencias de todos: de los niños y de los ancianos en especial, desde los jardines de infancia hasta la asistencia a domicilio. Esta es nuestra forma de administrar los bienes comunes: esos bienes que no deben ser solo propiedad de unos pocos y que no deben perseguir fines especulativos.

Medios buenos para realizar obras buenas

¡El quinto estímulo tal vez os sorprenda! ¡Para hacer todas estas cosas se necesita dinero! Por regla general, las cooperativas no han sido fundadas por grandes capitalistas; antes al contrario, se suele decir que están, estructuralmente, subcapitalizadas. En cambio, el Papa os dice: ¡Tenéis que invertir, y que invertir bien! Ciertamente, en Italia –aunque no solo en Italia– , es difícil conseguir dinero público para colmar la escasez de recursos. La solución que os propongo es la siguiente: Acopiad con determinación medios buenos para realizar obras buenas. Colaborad más entre cooperativas bancarias y empresas; organizad los recursos para que las familias vivan con dignidad y serenidad; pagad salarios justos a los trabajadores, invirtiendo sobre todo en las iniciativas que sean realmente necesarias. No resulta fácil hablar de dinero. Decía Basilio de Cesarea, Padre de la Iglesia del siglo IV, citado más tarde por San Francisco de Asís, que «el dinero es el estiércol del diablo». Ahora lo repite también el Papa: «¡El dinero es el estiércol del diablo!». Cuando el dinero se convierte en un ídolo, rige las decisiones del hombre. Y entonces arruina al hombre y lo condena, esclavizándolo. El dinero al servicio de la vida puede ser administrado de manera justa por la cooperativa, siempre y cuando esta sea una cooperativa auténtica, verdadera, en la que no es el capital el que manda sobre los hombres, sino los hombres los que mandan sobre el capital. Por eso os digo que hacéis bien –y os digo también que lo hagáis cada vez más– en contrarrestar y en combatir las falsas cooperativas, las que prostituyen el propio nombre de cooperativa –es decir de una institución muy buena– para engañar a la gente con fines de lucro contrarios a los de la cooperación verdadera y auténtica. Hacéis bien, os digo, porque, en el campo en el que actuáis, adoptar una fachada honrada y perseguir, en cambio, finalidades indecorosas e inmorales –encaminadas con frecuencia a la explotación laboral o a las manipulaciones de mercado, e incluso a tráficos escandalosos de corrupción–, es una mentira vergonzosa y gravísima que no debe absolutamente aceptarse. ¡Luchad contra esto! Pero ¿cómo luchar? ¿Solo con las palabras? ¿Con las ideas? Luchad con la cooperación justa, con la verdadera, con la que siempre triunfa.

Promover la economía de la honradez

La economía cooperativa, si es auténtica, si pretende desempeñar una fuerte función social, si quiere ser protagonista del futuro de una nación y de cada comunidad local, debe perseguir finalidades transparentes y limpias. ¡Debe promover la economía de la honradez! Una economía sanadora en el insidioso mar de la economía global. Una economía auténtica, promovida por personas que en el corazón y en la mente solo tienen el bien común. Las cooperativas cuentan con una gran tradición internacional. ¡También en esto habéis sido auténticos pioneros! Vuestras asociaciones internacionales nacieron con mucho adelanto respecto a las que las demás empresas fundaron en tiempos muy posteriores. Ahora se da la nueva gran globalización, que reduce algunos desequilibrios pero crea muchos otros. El movimiento cooperativista no puede, por lo tanto, permanecer ajeno a la globalización económica y social, cuyos efectos se perciben en todo país, e incluso dentro de nuestros hogares. Pero ¿las cooperativas participan en la globalización al igual que las demás empresas? ¿Existe una forma original que permita a las cooperativas afrontar los nuevos desafíos del mercado global? ¿Cómo pueden participar las cooperativas en el desarrollo de la cooperación, salvaguardando los principios de la solidaridad y de la justicia? Os lo digo a vosotros para decírselo a todas las cooperativas del mundo: Las cooperativas no deben permanecer encerradas en casa, pero tampoco deben salir de casa como si no fueran cooperativas. Este es el doble principio: no deben permanecer encerradas en casa, pero tampoco deben salir de casa como si no fueran cooperativas. No: no se puede concebir una cooperativa de dos caras.

Hay que tener el valor y la fantasía necesarios para construir el camino recto para integrar, en el mundo, el desarrollo, la justicia y la paz. Por último, no dejéis que viva solo en la memoria la colaboración del movimiento cooperativista con vuestras parroquias y con vuestras diócesis. ¡Las formas de la colaboración han de ser distintas respecto a las de los orígenes, pero el camino debe ser siempre el mismo! ¡Donde haya viejas y nuevas periferias existenciales, donde haya personas desfavorecidas, donde haya personas solas y descartadas, donde haya personas no respetadas, tendedles la mano! ¡Colaborad entre vosotros, respetando la identidad vocacional de cada uno, tomándoos de la mano!

 

Sé que lleváis algunos años colaborando con otras asociaciones cooperativistas –aun cuando no relacionadas con nuestra historia ni con nuestras tradiciones– para crear una Alianza de Cooperativas y de Cooperativistas Italianos. Por ahora se trata de una alianza en devenir, pero confiáis en alcanzar una asociación única, una alianza cada vez más amplia entre cooperativistas y cooperativas. El movimiento cooperativista italiano tiene una gran tradición, respetada en el mundo cooperativista internacional. En Italia, la misión cooperativista estuvo muy relacionada, desde sus orígenes, con las identidades, con los valores y con las fuerzas sociales presentes en el país. ¡Esta identidad, por favor, respetadla! Con todo, a menudo las decisiones que distinguían y dividían fueron durante mucho tiempo más firmes que las que, por el contrario, aunaban y unían los esfuerzos de todos. Ahora vosotros pensáis que podéis dar prioridad a lo que, en cambio, os une. Y precisamente alrededor de lo que os une –que es la parte más auténtica, más profunda y más vital de las cooperativas italianas– queréis construir vuestra nueva forma asociativa.

¡Hacéis bien en proyectar así, y con ello daréis un paso adelante! Ciertamente, hay cooperativas católicas y cooperativas no católicas. Pero ¿acaso salva uno su fe permaneciendo encerrado en sí mismo? Pregunto: ¿Salva uno su fe permaneciendo encerrado en sí mismo? ¿Si permanecemos solo entre nosotros? ¡Vivid vuestra alianza como cristianos, como respuesta a vuestra fe y a vuestra identidad, sin miedo! Fe e identidad son la base. ¡Seguid adelante, pues, y caminad junto con todas las personas de buena voluntad! Y esta es también una llamada cristiana, una llamada cristiana a todos. ¡Los valores cristianos no son solo para nosotros, sino que son para compartirlos! Y para compartirlos con los demás, con los que no piensan como nosotros pero quieren las mismas cosas que queremos nosotros. ¡Seguid adelante, ánimo! ¡Sed creadores, «poetas», adelante!

(Original italiano procedente del archivo informático de la Santa Sede; traducción de ECCLESIA) http://www.revistaecclesia.com

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